Micuit de foie con pan de especias y chutney de mango, ensalada de bogavante, lenguado meunière - aunque en versión un tanto libre -, Chateaubriand con salsa bearnesa, soufflé al Grand Marnier… La vida transcurre despacio e inalterable en el Marbella Club, lo que no deja de suponer un cierto alivio en tiempos de aperturas y cierres vertiginosos, de inversiones faraónicas y de desconcierto conceptual. Probablemente algún plato mereciera una revisión o un poco más de atención al ejecutarse y presentarse, aunque en general resultan convincentes. Pero la magia del comedor, el servicio - cordialmente distante y educado -, los detalles de la mesa y de la sala, el ambiente sosegado y elegante, los vinos que Ángel González sirve con conocimiento y discreción o la cadencia de un servicio tremendamente profesional lo convierten en refugio de nostálgicos y amantes de la sala que, a juzgar por la altísima ocupación, debemos ser unos cuantos. Siempre un placer volver a @marbellaclubh @sumimch