Otros dos entrantes que, estando muy ricos y bien resueltos, se apartan un tanto de la trayectoria y la personalidad del menú de Álvaro: el atún rojo y caviar oscietra y las quisquillas, aguachile y guacamole.
Hacía ya un par de años que no pasaba por La Alvaroteca y me he encontrado a un Álvaro Ávila más asentado. Tanto su restaurante en general, con una sala más sobria y amable, como su cocina, más centrada en el producto y en los recetarios familiares y locales, sin dejar de lado ese lado transgresor y esas influencias globales que le han acompañado todos estos años. De su batería de snacks y aperitivos me quedo con el buñuelo de caldo de pintarroja, y de sus platos con más enjundia, donde he apreciado un mayor interés y una mayor evolución, con las estupendas espinacas esparragás con yema de huevo, dashi de ostras y salicornia o con el estupendo arroz de alitas de codorniz. Grandes platos ya que sólo requieren de cierta afinación en las ejecuciones. Además, una bodega original y amplia que quizás requiera un poco de orden y un servicio atento y detallista que esmera por acompañar la experiencia. @la_alvaroteca @alvaro_alvaroteca